COMENTARIO CRÍTICO DE UN TEXTO
DE SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR, DE
MIGUEL DE UNAMUNO
TEXTO:
Nadie
en el pueblo quiso creer en la muerte de don Manuel; todos esperaban verle a
diario, y acaso le veían pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo
por fondo la montaña; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su
sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto. Los endemoniados venían
ahora a tocar la cruz de nogal, hecha también por sus manos y sacada del mismo
árbol de donde s
acó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano Lázaro y yo.
acó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano Lázaro y yo.
Él,
Lázaro, continuaba la tradición del santo y empezó a redactar lo que le había
oído, notas que me han servido para esta mi memoria.
-
Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un
resucitado –me decía-. Él me dio fe.
-
¿Fe? – le interrumpía yo.
-
Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, en el contento
de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Ángela, dos clases de
hombres peligrosos y nocivos: los que, convencidos de la vida de ultratumba, de
la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los
demás, para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra, y
los que, no creyendo más que en ésta…
-
Como acaso
tú… -le decía yo.
-
Y sí, y como don Manuel. Pero no creyendo más que en
este mundo esperan no sé qué sociedad
futura y se esfuerzan en negarle al pueblo el consuelo de creer en otro…
-
De modo que…
De
modo que hay que hacer que vivan de la ilusión.
Tema: Defensa de la fe como
consuelo del pueblo.
Resumen: Nadie se creía la muerte de
don Manuel y se creó un culto en torno a su tumba. Lázaro continúa la labor de
don Manuel e inicia sus memorias. Comenta con su hermana Ángela que don Manuel
lo hizo un hombre nuevo dándole fe no en la vida de ultratumba sino en el
contento de la vida y en la creencia de que el pueblo es feliz teniendo fe. Por
eso, concluye, hay que hacer que el pueblo viva de la ilusión.
Organización
de las ideas:
I.
Situación del pueblo tras la
muerte de don Manuel
(parte narrativa) (“Nadie… hasta para esta mi memoria”)
a) Nadie quiere creer en su muerte
(“Nadie…montaña”)
b) Culto en torno a su tumba
(“todos seguían… mi hermano Lázaro y yo”)
c) Lázaro continúa la labor de don
Manuel e inicia sus memorias (“Él, Lázaro… esta mi memoria”)
II.
Diálogo Lázaro-Ángela, donde Lázaro confiesa a
Ángela que don Manuel lo hizo un hombre con fe no en Dios, sino en una sociedad
futura. (“-Él me hizo…De modo que…”)
III.
Conclusión: hay que hacer que el pueblo
viva de la ilusión (“De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión”)
Comentario
crítico
Estamos ante un texto narrativo
de carácter literario perteneciente a la obra del autor noventayochista Miguel
de Unamuno San Manuel bueno, mártir. Esta obra supone un alejamiento
de la prosa realista y prioriza el conflicto interior del personaje, un cura de
pueblo cuya lucha interna radica en su falta de fe. Presenta, por
tanto, algunas de las preocupaciones
características de los hombres del 98 relacionadas con los problemas
existenciales y religiosos.
En efecto, el texto nos muestra
uno de los temas más recurrentes de la época y especialmente de la obra
unamuniana: el pueblo debe vivir de la ilusión de la fe (“hay que hacer que
vivan de la ilusión”). Lázaro le explica a su hermana Ángela que existen dos
tipos de hombres: los que creen en la inmortalidad, pero “atormentan como
inquisidores” a los fieles haciéndoles
vivir esta vida en la concepción medieval de
un “valle de lágrimas” para
ganarse la vida eterna y los que sin tener fe en al vida eterna,
tienen fe en una especie de sociedad futura y procuran que el pueblo tenga el
consuelo de creer. Dentro de estos últimos se encuentra él, Lázaro y se
encontraba también don Manuel, ya difunto.
Se trata de la defensa del consuelo del hombre
a través de la fe. La fe cumpliría, así, una función “paliativa” del
sufrimiento humano y aliviaría la vida terrenal. Estamos ante
una dicotomía de carácter ético: ¿qué es mejor, publicar una verdad
dolorosa o una mentira que alivia el dolor? Obviamente, en el texto Lázaro opta
por lo segundo. Este problema de la falta de fe y la mentira piadosa está
basado en las propias vivencias del autor. De su continuo debatirse entre la fe
y la incredulidad, de su “agonía” y de sus angustias no habla toda su obra,
aunque especialmente la novela que nos ocupa. Es sabido que Unamuno perdió la
fe tras varias crisis juveniles en 1881 y en 1890.
En
relación con la vida eterna y con la fe
se encuentran en la obra dos de los espacios narrativos: el lago y la montaña;
por eso, en el presente texto se alude a ellos: todos esperaban verle a diario, y acaso le veían pasar a lo largo del
lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña. En efecto, estos
lugares adquieren un valor simbólico: en el lago, según la leyenda, hay una
ciudad sumergida. Para el pueblo, el lago azul refleja el cielo de la vida
eterna prometida, vida eterna de la que ya gozan los antepasados. De ahí que
imagen a don Manuel espejado en el lago,
es decir, formando parte ya de los
difuntos que gozan de la eternidad. Y, por supuesto, el pueblo imagina al cura
creyente, con fe, teniendo por fondo la
montaña, pues la montaña simboliza la fe firme en Dios y en la eternidad.
Otro aspecto que observamos en
el texto es el efecto de transformación, positiva, que don Manuel ejerce en
Lázaro. Lázaro dice: Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero
Lázaro, un resucitado –me decía-. Él me
dio fe (…) Él me curó de mi progresismo. Debemos recordar que
al principio de la obra Lázaro aparece como un personaje antagonista de don
Manuel, pues el cura representa la tradición, la fe, la religión, y
Lázaro, que viene que América y que trae
“ideas más evolucionadas y progresistas”,
se opone a las viejas creencias de don Manuel. Sin embargo, este papel
de antagonista va desapareciendo a medida que Lázaro descubre y conoce al cura.
Don Manuel es para Lázaro (su nombre tiene las reminiscencias y la simbología
bíblicas) un salvador: le da fe, una fe especial, y lo cura de su progresismo.
Es importante detenernos en esta última observación que muestra la evolución ideológica de
Lázaro, desde la vehemencia de su progresismo inicial hasta la consideración de
que el progresismo es un mal del que don Manuel lo ha curado. Conviene saber que también Unamuno pasó por una evolución
similar: es sabido que empezó siendo
socialista, afiliado al PSOE, pero que
1895 expresaba ya algunas reservas y que una nueva crisis en 1897 lo
hundió en el problema de la muerte y de la nada. Abandonó su militancia
política y cada vez mas, fue volviendo los ojos hacia los problemas
existenciales y espirituales.
En resumen, podemos decir que
el tema de la fe en Dios y en la inmortalidad es representativo de las
preocupaciones religiosas y existenciales de los noventayochistas y especialmente
de Miguel de Unamuno, cuya personalidad lo llevó a centrarse en temas
trascendentales y en personajes conflictivos. Pero no es menos cierto que el
tema, en el fondo, es atemporal y consustancial al ser humano. El hombre, al
ser consciente de su paso efímero por el mundo, ha tenido desde siempre el
impulso de buscar “algo más” y en esa búsqueda encuentran sentido las diversas
religiones. A lo largo de la historia de
la humanidad la fe ha entrado en una lucha dialéctica con la razón. Así, los
filósofos se han dividido entre racionalistas e irracionalistas. Y, dependiendo
de las épocas, ha predominado una u otra. Refiriéndonos a la civilización
occidental, la Edad Media fue, por ejemplo,
una época teocéntrica, organizada en torno a la religión; el Renacimiento
supuso un paso al antropocentrismo que, al menos, distinguía entre lo humano y
lo divino. Pero el paso de gigante en el triunfo de la razón fue, sin duda
alguna, la Ilustración en el siglo XVIII que se propuso disipar a través de la
razón las “tinieblas en las que vivía la humanidad”.
El tema puede tener muchas
derivaciones y cada persona es libre de tener su ideología al respecto. Pero lo
que en el texto queda claro, desde mi punto de vista, son dos cosas: por una
parte, que más importante que la verdad es la felicidad (¿qué importa que Dios
no exista, si yo soy feliz creyéndolo?) y, por otra, que las ideologías
extremistas y axiomáticas no son positivas. En esto creo que podemos estar de
acuerdo porque es una defensa del relativismo y de la tolerancia.